Al final se trataba de fútbol
Resulta que el domingo el Real Zaragoza se destapó con el mejor fútbol que se le recuerda al equipo en años. Un partido sin ninguna gran jugada individual, pero con múltiples brillantes jugadas colectivas.
Particularmente, siempre he valorado más el juego colectivo que las grandes jugadas individuales, por mucho que a todos nos guste ver caños, regates y chilenas. Cuando ves a tu equipo enlazar pases, ocupar espacios, tirar desmarques, pases al hueco, en definitiva, ver esos automatismos que hacen del fútbol un espectáculo coral, es cuando realmente tomas conciencia de que no hay nada más bello que un buen trabajo en equipo.
Y es que, al final, el juego colectivo es lo sostenible en el tiempo, lo que hace que los equipos estén arriba en las tablas clasificatorias, mientras que el juego individual te ayuda en momentos puntuales, pero no sostiene a ningún equipo por sí solo.
Y resulta que el domingo vimos un partido en el que los mismos jugadores, con las mismas carencias y limitaciones que nos habían llevado a ser colistas destacados en esta mediocre Segunda División, hicieron un partido colectivo vibrante y tuvieron un caudal ofensivo que hacía tiempo que no veíamos en Zaragoza.
Me tengo que comer mis palabras después de pedir a Rubén Sellés que le diera una vuelta de tuerca al ataque zaragocista tras el partido contra la S.D. Huesca.
Sellés, nos ha demostrado que no se trataba de nombres sino de darle sentido al juego, ordenar al equipo, tener un plan y trabajarlo. Y aunque habíamos visto minutos ante el Sporting, Deportivo e incluso en la segunda frente al Granada, en los que el Zaragoza intentaba asociarse más de lo que nos tenía acostumbrados, nadie aventuraba que esa mejora fuera posible.
Frente al Leganés, el Real Zaragoza no solo jugó bien, muy bien, sino que demostró ser un equipo trabajado en fase ofensiva, desmontando ese nuevo mantra de “equipo trabajado” que últimamente aplican de manera confusa numerosos tertulianos y comentaristas a los equipos que defienden bien.
En Zaragoza entendemos el fútbol de otra manera; para nosotros, los equipos trabajados tienen también que serlo en ataque, y no de cualquier manera, sino a través del dominio del balón y del despliegue de un juego combinativo rápido, vertical, basado en el aprovechamiento de los espacios para generar ocasiones. Y esto, aunque en Zaragoza lo demos como obvio, os aseguro que no lo es.
Será la herencia de ese hilo intergeneracional que enlaza a los Magníficos, a los Zaraguayos o a los Héroes de París, pero solo hace falta ver cómo entienden el fútbol otras aficiones y ciudades, para darte cuenta de que aquí vemos el fútbol de otra manera. Esa manera de entender el fútbol, junto a una permanente ambición, llamadle hambre, muchas veces mayor que la dimensión del club, es lo que nos ha llevado a los éxitos pasados y es lo que creo que realmente es la esencia de la identidad de nuestro Real Zaragoza: buen juego y ambición.
Dos ámbitos que han estado denostados en nuestro Real Zaragoza y que de repente, con Rubén Sellés, han vuelto a emerger cuando todos menos lo esperábamos.
El domingo pasado, Sellés demostró que, al final, con el juego y ese hambre trasladada a nuestros jugadores, se conecta con la afición, porque se activa en nuestro subconsciente ese hilo, enterrado, pero presente, que conecta con la identidad e imaginario colectivo que todos tenemos de nuestro club.
Al final se trataba de jugar bien al fútbol…